
Dolor y gloria – Pedro Almodóvar (2019)
El cine de Pedro Almodóvar siempre ha sido en exceso personal, autoreferencial y ciertamente confesional, sin embargo, en toda su filmografía y alter-egos, Almodóvar nunca había hecho un verdadero auto retrato como lo hace en Dolor y gloria.
Su última película por fin se estrenó ayer en México, ¿es una comedia o una tragedia? Ni siquiera el mismo Almodóvar lo sabe, dejemos que la película sea lo que quiera: momentos significativos en la vida de un cineasta.
Antonio Banderas es Salvador, un director de cine atormentado por constantes dolores y glorias de su historia: películas que ni él mismo entiende por qué se han convertido en clásicos, un amor apoquinado por la heroína y la devoción por la madre.
Si bien, todos esos elementos suelen elementos de las cintas de Almodóvar, Dolor y gloria es en realidad un monólogo en el que por primera vez el alter-ego de Pedro Almodóvar es la visión de sí mismo sobre Pedro Almodóvar.

Pedro Almodóvar logró lo que siempre deseó, como si fuera una alquimista fílmico o un científico de un laboratorio de sonido y luz, fundirse en una sola entidad con Antonio Banderas, vaya, hasta el peinado de Salvador es desacaradamente el de Almodóvar.
Uno imagina lo cotidiano de Pedro Almodóvar así, con una departamento retro-pop que parece museo, con su suéter rojo a la menor provocación, toxicómano, recuerdos fondeados con Chavela Vargas y un fantasma materno que apabulla con añoranzas.
Si nos ponemos heideggerianos, Dolor y gloria es un filme que representa al individuo global: sostenido por fármacos, ficciones personales de amor y desamor (¿qué es el amor sino algo que uno mismo se inventa para sufrir o gozar?) y cuyo único arraigo a lo espiritual es una madre aferrada a la tierra que la creó, a sus memorias y a sus vecinas, como si todas fueran raíces de un mismo árbol que voló.

Almodóvar es un maestro del metarelato, Dolor y gloria lo es, lo que aún no puedo terminar de decidir es si se trata de un testimonio o un testamento. Aclaró: es muy evidente que una declaración tan personal debe marcar un antes y un después en toda la filmografía de Pedro Almodóvar.
Si esta es su última película, estamos hablando de la confesión de un hombre maduro, de un acto de contricción y de una penitencia que se va cargando con la vida, los lutos se encarnan y se vuelven parte de uno.
Para que la narración de Dolor y gloria fluya, la película se vale de coincidencias que podrían parecer inverosímiles, por el hecho de ser tantas y tan desencadenadas, pero debemos considerar algo: ¿no es nuestra vida una serie de coincidencias desencadenadas?
Diosito es el Almodóvar de la realidad, de usted que me está leyendo y de mí, igual de kitsch, pero esta realidad, la de Almodóvar, es gai y con un fetiche al melodrama de los culebrones mexicanos.

Lloré un par de veces, por esas ocasiones en las que un amor tóxico y podrido me ha inspirado para crear, también me hizo pensar en mi mamá y en esas pequeñas cosas que a ella la hacen ser ella.
Probablemente yo me tomo el cine de Almodóvar como algo muy personal, y él que siempre se ha mostrado a través del travestismo literario, ya sea como una mujer contra el mundo o como un turbo macho atormentado, Dolor y gloria es un espejo: una ventana al interior de un hermoso narrador.