Escribo este texto en honor y con cariño a los que fallecieron, a los que vivieron, a los que ayudaron, a los que de lejos se unieron, a los que levantaron piedras, a mis vecinos de Torreón y Viaducto:
Miedo y volver.
Estaba yo por empezar a cocinar, escuché como si una de las ventanas de la cocina comenzara a crujir, el piso se agitaba, como pude le puse la correa a mis dos perros, tomé el celular y las llaves del lugar en el que siempre los ponía por si ocurría una de esas emergencias, por si se hacia realidad una de mis miles de manías y paranoias.
Salimos del #64 en la calle de Torreón, casi esquina con el Viaducto en la Piedad Narvarte, el edificio de en frente, el de la esquina se vino abajo. Entre el polvo y las piedras la gente corría en todas direcciones. La imagen la tengo totalmente grabada en la cabeza, del sonido no recuerdo nada, para mí todo ese corto instante sucedió en sordera.
¡Saquen a los de la estética! – Gritaba una señora. Otras personas rezaban.
Un chavo barbón, que no conocía, sólo de vista se me acercó, con la cara pálida, – ¿Estás bien? – me preguntó. Me dejó del otro lado de la calle, en la esquina de Amores y me dijo que tenía que a buscar a su perro y se fue.
Síntomas urbanos
Como cuando una herida se abre y la sangre corre para ayudar, de inmediato las personas corrieron para buscar y salvar vidas, no estaba organizados pero sabían lo que se tenía que hacer. Ahora siempre veremos una cicatriz ahí.
Cuando se trata de salvar vidas a las personas se les olvida si eres hombre, mujer, joven, homosexual, si fumabas, si eras vegano; eso no importa, lo que importa es la vida, lo que importa es que esta ciudad está marcada por un sismo anterior que también cimbró a otra generación, que nos hizo esperarlo y temerlo siempre.
No quiero usar términos cursis y decir que esto nos unió como mexicanos, porque probablemente no ese el hecho, nos hizo darnos cuenta que como habitantes de este mundo y de esta ciudad específicamente, somos vulnerables, somos mortales, somos increíblemente débiles ante otras fuerzas. Quizás por eso tenemos miedo, por eso llevamos días sin dormir.
Por eso muchos tenemos los mismos síntomas, los especialistas le llamarán Estrés postraumático, y es cierto, el gran cuerpo que nos une, nuestra Ciudad de México, está herida, y adoloridos estamos muchos.
Los Millenials no existen.
Leo muchas voces de personas mayores, que quizás ya tiene la experiencia del 85, que de algún modo este evento «despertó» a los Millenials, pero que seguimos siendo tan egoístas como antes. Probablemente en el tema de lo egoísta y consumista que es mi generación, tienen toda la razón, pero en el asunto de despertar lo dudo.
La realidad es que más allá de generaciones, los que hemos crecido con herramientas digitales hemos creado un mundo en el que no hay esperar, que hay que tomar acciones inmediatas y es por eso que la ayuda se vuelve abrumadora, porque la necesidad de hacer algo y cambiar al mundo, la ciudad o lo que sea, es algo que nunca nos ha detenido. Pueden dejar de llamarnos millenials y sólo decirnos mexicanos.
No creemos en partidos políticos y sólo ellos creen que tiene el control. La realidad es que no, la gente no dudo ni tardó un segundo en tratar de ayudar, ojalá pudiéramos decir lo mismo de nuestros políticos, pero no es así y por eso desde hace mucho dejamos de creer en ellos.
La lección más fuerte de todo esto es que un desconocido, pero a fin de cuentas otro habitante de la Ciudad de México, está más dispuesto a darte la mano que cualquier representante de la política y el gobierno. Nunca hemos necesitado a los cerdos y nunca han estado ahí para nosotros, nunca lo van a estar y así como ellos nos dieron la espalda, ellos no cuentan con nosotros.
Las alertas que nunca sonaron
Esa misma mañana, para conmemorar el sismo ocurrido en 1985, se realizó un simulacro en la ciudad a las 11; me asomé y en la puerta el portero del edificio me comentó que había simulacro, aunque ninguna de las alertas se alcanzaba a escuchar. Lo mismo con el sismo de las semanas anteriores, jamás escuchamos la alerta porque no hay ninguna en el área.
¿En serio nadie considero una alerta sísmica a tan sólo unas cuadras de la Roma Sur y el Centro Médico?
El área, está compuesta casi en su mayoría por edificios de departamentos, de entre 4 y 6 pisos o más, estos puedo suponer que son en gran parte hogar de muchas personas, aunque también existen bastantes oficinas y actividad comercial en la zona. Además, colinda con la lateral del Viaducto, una de las avenidas más transitadas y congestionadas de la CDMX.
¡Por qué nadie creyó prudente instalar alertas en esta zona!
Ahora, los vecinos nos preguntamos si al menos una vida de ese edificio se hubiera salvado de escuchar la alerta. También, entiendo que las alertas no sonaron a tiempo debido al epicentro del sismo, sin embargo, aún así, fuimos alertados por el crujir de los edificios, los cristales y no de la forma apropiada.
No olvidamos, No perdonamos. Sí nos abrazamos entre nosotros.
Lo que llevamos ahora con nosotros, sin importar la edad, nos acompañará siempre, es un hecho que recordaremos quién sí estuvo ahí, quién sí hizo algo y también, quién le quiso ver la cara a las personas, quién abusó, quién robó, quién mató a priori desde la corrupción.
De igual modo no olvidaremos a los que levantaron piedras, encontraron vida, muerte, nos devolvieron a nuestros familiares y amigos, perros y pericos, a quienes alimentaron, abrazaron, contaron cuento; a esos que te han hecho reír, que sin conocerte te preguntaron si estabas bien, te prestaron un teléfono, te subieron a su coche.
Tampoco olvidaré el rostro de mis vecinos, la palidez, el miedo a perderlo todo, porque aunque muchos digan que «son sólo cosas materiales», esas cosas, paredes, ropa, lo que sea, tienen un montón de emociones, de historia, nos hacen ser lo que somos.
Nunca olvidaré como la calle de Torreón ha sido mi casa, mi lugar en el mundo.
Apáticos los que dicen que ya para qué, que así son las cosas, que no van a cambiar, que no se puede con los poderosos, que te calmes y dejes ir y ya. Esos conformistas que dicen que a los mexicanos nos viene natural lo corruptos, que así somos, «¿qué a poco tú nunca has dado una mordida?». Bueno la verdad es que yo nunca y no me doy baños de pureza.
No señores, esta generación no es lo que ustedes creían. Los que tiene que despertar son ustedes.