Decidí tener el cabello rosa por unos días y esto fue lo que pasó.

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Soy un hombre de 33 años que piensa que tener sangre joven no necesariamente tiene que ver con vivir alcoholizado desde el jueves y tirándome a media humanidad, aunque me encantan el alcohol y el sexo casual, pienso que ambas cosas ya no tienen tanto de sorprendentes como cuando tenía 20.

Creo que tener sangre joven se parece más a no limitarte por la edad a hacer lo que quieres y lo que sientes. Con todo ello quiero hablar de los días que decidí pintar mi cabello del más rosa de los rosas, un hermoso tono magenta.

Tras una tarde decoloración y bajo los cuidados estéticos de alguien a quien a partir de hoy llamaremos «Karime» mi cabello pasó de ser un ordinario castaño oscuro al tono 305075 de Color Brilliance y esto fue lo que pasó:

Captura de pantalla 2016-05-04 a las 11.19.51 p.m.

La verdad es que el color a mí me encantó, era como ser la versión barbona de Jem & The Holograms. Aunque no me esperaba encontrarme con el horror que son los demás.

Cuando tienes un perfil bajo, es decir, no haces tanto por llamar la atención de los demás y por más auténtico que pretendas ser en tu forma de vestir o de verte, simplemente pasas desapercibido. Cuando existe una diferencia evidente terminas convirtiéndote el alimento para un montón de fieras agresivas.

Lo primero que me gritaron, obviamente, fue un «¡PUTO!». La verdad es que me esperaba algo más original y la realidad es que descubrí que a algunos hombres de verdad les despertaba un montón de cosas.

Después de los comentarios vinieron las miradas de odio. Nunca en mi vida me había sentido observado de tal manera, sobre todo por, insisto, los hombres: me veían con desprecio, apretaban los puños, se hacían a un lado. Yo simplemente caminaba de mi casa al metro para irme a la agencia.

Después vinieron otro tipo de miradas, unas que nunca me habría imaginado recibir; hablo de esas miradas que no miran, como cuando niño tu mamá te advertía que no miraras fijamente a una persona con discapacidad, desviabas la mirada pero sabías que eso que no debías mirara seguía ahí.

Viajar en el metro era como ser un portador de una enfermedad visible y grotesca, era ser visto con puras miradas desviadas, los niños me miraban el cabello pero las mamás les prohibían verme. Empecé a volver mejor a mi casa en un Uber.

Luego vinieron los policías. En un par de ocasiones, una saliendo a buscara  una amigo y la otra paseando a mis perros por las calles de la Narvarte, se me acercaron patrullas para para peguntarme qué estaba haciendo y si pertenecía a algún «tipo de grupo o asociación».

No pude creer que todo eso estaba pasando. Empecé a creer que sólo estaba seguro en mi casa o en la agencia. No puedo creer que a los demás tenga que importarles tanto lo que los demás hagan de su vida.

No voy a justificar para nada que vivimos en una sociedad homofóbica y misógina, si soy un puto por traer el pelo rosa y si el rosa ES EL COLOR de lo femenino termina valiéndome pito. Lo que realmente me agobia es la pinche necesidad de tener una puta opinión de la vida de los otros.

¿Qué pinche necesidad?

Si a ustedes nadie les está pintando la cola de rosa, ¿por qué debería agobiarles si yo quiero llevar el cabello de ese modo? Y lo mismo aplica para cualquier otra cosa que implique aprender a respetar nuestras diferencias, sin hacer hincapié en asuntos de género, pero ya dejen de mamar con sus opiniones.

Uno simplemente pide una especie de indiferencia cordial, si a mí realmente no me afecta que todos ustedes sean de hueva y usen la misma ropa y se corten el pelo como dicen las «tendencias» o como les diga su mamá, por lo tanto, dejen de opinar en lo que realmente debería serles indiferente.

Me enfrenté a una supuesta sociedad supuestamente informada, globalizada, consumista y ajena a su realidad. La verdad es que yo me sentí en la Inquisición y estoy seguro que no quiero vivir rodeado de agresiones sin sentido de gente que ni siquiera sabe quién soy.

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