Dulces sueños. mamá (aka Ich seh, Ich seh; Goodnight Mommy)
Dir: Veronika Franz & Severin Fiala)
2014.
En la cinta alemana Dulces sueños, mamá el horror humano forma una espina dorsal al argumento, es francamente una historia auténtica y monstruosa. Me parece innecesario repetir el argumento cuando es una película que supera a cualquier resumen y se mete con emociones que en la edad adulta se vuelven privadas.
Los juegos infantiles, la relación con la madre, la casa y las jerarquías familiares son material suficiente para dar a luz una historia que se cuenta con un terror más fino, del tipo que no necesita de sobresaltos ni sustos para sostenerse, tampoco de sangre y tripas, pero sí es tan oscura como la perversa mente de un niño.
En general el cine de horror de especializa en crear monstruos partir de sofisticar elementos de la realidad; en Dulces sueños, mamá, este horro parece haberse sumergido en la propia placenta de los detalles y los lazos más cotidianos y naturales de la maternidad.
Dulces sueños, mamá es un homenaje sutil y terrible a la infancia, a los absurdos juegos entre hermanos y a esa polimorfa inocencia que puede descubrirse desgarradora cuando las pesadillas y los miedos se hacen reales.
La madre abandona por completo su identidad, ha dejado de ser ella y está sumergida en una carcaza de lo que es y de lo que se ha convertido, pero sobre todo de lo que sus hijos, Lukas y Elías quieren ver.
El horror se encarna en la forma de un niño, no del tipo malvado, sino del tipo que está asustado y es capaz de cualquier cosa por recuperar lo que ha perdido, por volver a ver el rostro de su madre y por abrigarse en el útero de la locura.
Creo que lo aterrador de Dulces sueños, mamá, es que nos habla de lo horribles que pueden ser los niños y les arranca su disfraz de seres inocuos e inmaculados para mostrarlos como lo que son: humanos en bruto, desesperados y sobre todo, inocentemente perversos.