El Chapo, ¿el héroe que México necesita?

Un país que sólo se ríe de su presidente probablemente no quiere ser gobernado sino entretenido, quiero decir, mofarse y criticar a Enrique Peña Nieto que por sí La Gaviota le hace desplantes en público, que si se le cae su pastel de cumpleaños o que si se le escapó el Chapo de un penal de máxima seguridad no está convirtiendo a nadie en un revolucionario. Es lo mismo que gritarle a la televisión porque un jugador falló un penal o porque tu cantante de pop favorita no se llevó un premio. Es una actitud totalmente estéril.

Todo el mundo se burla de Peña Nieto, hasta los niños de ocho años o menos lo ven como un pendejo, pero sólo porque repiten lo que dicen sus papás dicen, que a su vez repiten lo que otros dicen. Cuando el sujeto del ejecutivo no pudo nombrar apropiadamente más de tres libros en la Feria del Libro de Guadalajara justificó que no sólo era un pendejo, sino también bastante inculto, para algunos el verdadero problema que es que el presidente debería leer, porque, por eso es el presidente, ¿no?, como si la cultura y el aprendizaje estuvieran reservados sólo para ciertas clases privilegiadas y la masas popular no tuvieran ningún tipo de obligación o motivación a cultivarse, y no sólo se trata de echarse todos los libros de Los juegos del Hambre o de Harry Potter, es cierto innato rechazo a pensar o usar el cerebro para algo que no sea puro entretenimiento.

Tampoco quiero decir que ser culto o poder nombrar más de tres libros que no vendan en el Sanborns o en Amazon le de a uno derecho automático de tener una opinión superior a la de los demás, pero digamos que sí eleva las posibilidades de que eso suceda. Cuando aprendes a liberar tus pensamientos del entretenimiento como un uso pasivo del cerebro probablemente tengas una visión más amplia del panorama. Cuando una sociedad encumbra a los idiotas y criminaliza a los que piensan libremente entonces pasa lo que sucede en México: los idiotas están ocupando las sillas importantes (en la política y los medios de comunicación), con una audiencia de otros dos tipos de idiotas: los que los idealizan y los que simplemente siguen la otra corriente: la de despreciarlos inconscientemente y que están más sumidos en sus intereses egoístas y tan ocupados en sus asuntos grises que no tienen tiempo para generarse una opinión propia.

Mientras Enrique y la Gaviota se hacían dramas en público por las calles de París, en México «se escapó» Joaquín Guzmán Loera, «El Chapo», quien fuera el enemigo público más buscando por el mundo global después de Osama Bin Laden. Hasta el momento no tenemos claro cómo vayan las investigaciones, pero de que ya se hicieron muchos memes, ya se hicieron. Otra respuesta estéril y pasiva que deviene en idolatrar El Chapo, en el supuesto de que «el escape» sea cierto y no sea otro montaje el resultado mediático es el mismo: pasó por encima del gobierno federal, «les vio la cara» y los utilizó, algo que seguramente muchos de los que aman u odian a Peña Nieto morirían por hacer.

El Chapo, ahora convertido en un todopoderoso es el nuevo héroe de algunos que lo piensan como un Robin Hood que se salió de la cárcel para vengar el honor de todos los meme-xicanos. A continuación algunas de las cosas que me tocó escuchar en estos días:

 «Ese wey sí es un rifado».

«El Chapo debería ser el presidente, ese wey sí tiene huevos».

«Si es tan bueno para organizar a su banda para sacarlo de la cárcel, entonces debe ser bueno para organizar a un país».

«El Chapo debería matar a Peña y entonces, ya, se acabó el pedo».

Y así, muchas otras estupideces. Lo obvio: el montón de narco-corridos que lo alaban, las fans de One Direction pidiéndole por Twitter que les traiga a su grupo (porque seguro, él tiene el dinero para traerlos y es tan buena persona que seguro lo que más le agobia es el bienestar de las directioners) y más reacciones torcidas. Es lógico cuando tienes un país de idiotas que no le creen a sus gobernantes, el problema es que no saben por qué no les creen, no importa cuántos actos de corrupción sean destapados. Nada parece suficiente.

México es un eterno reality show, donde los políticos y gobernantes son el enemigo público número uno, y donde existen dos tipos de espectadores tan pasivos como ingenuos: los que creen que Anahí será una mejor primera dama y los que suponen que la revolución se hace con sus status de Facebook y Twitter. Mientras tanto, una sociedad egoísta que se supone responsable de sí misma porque no tira basura en la calle, le da los centavos que le sobran a los viejitos empacadores del súper, no comen carne y firman todas las peticiones buena onda de Change.org pero es incapaz de autocriticarse. Su reacción es todavía más oscura: masivamente encumbra a un criminal, no se cansa de la telenovela presidencial y solo aguanta con una actitud férrea, es una sociedad que se empecina en permanecer lo más estática posible, mantenerse de pie como un árbol que se cree incapaz de dar frutos y que sigue creyendo que para poderse mover necesita que alguna de las partes lo trastoque de forma agresiva «mientras ninguno de mis amigos o familiares termine en la cárcel o muerto, no creo querer moverme de mi lugar de confort». En resumen:  «déjame seguir riendo y llorando con el show, haz lo que quieras pero no te metas con mi privilegiado lugar de espectador».

La absurda idea de que El Chapo «va a salvar» a México es una respuesta igual de huevona, es dejarle la revolución a otros, creer que sus intereses radican en «ayudar a los demás y repartir la riqueza» es por demasiado irrelevante, es ilógico. Me entristece vivir en el México mágico de cuento de hadas: donde la sociedad es una bella durmiente, el presidente es la malvada bruja y el príncipe azul resulta ser el criminal más buscado.

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