La crisis racial y sexista del entretenimiento políticamente correcto.
De pronto nos parece sorpresivo que las actuales nominaciones al premio Oscar resultan en demasía racistas y sexistas, al no existir entre las categorías ninguna mujer como directora, o persona negra entre los que contienden por algún premio como actor o actriz. Si bien, hace unos años la entrega de una estatuilla servía para congraciar a la industria del entretenimiento dominante premiando minorías raciales, se asumía cierta integración como parte de la hipocresía políticamente correcta de los premios, es decir, premiar a una actriz negra o nominar a una mujer directora junto a Scorsese o Clint Eastwood ya debería haber sido un honor. Sin embargo, en las 86 veces que se ha entregado el hombrecito dorado, en sólo cuatro ocasiones se han nominado a mujeres como directoras y únicamente en 2009, Kathryn Bigelow obtuvo reconocimiento por The Hurt Locker, una cinta que seguramente permanecerá en el olvido como aquella que le ganó el premio a otras que sí recuerdas: Precious, Avatar o Inglourious Basterds. El punto es, la crisis no es algo nuevo, solo se ha cubierto un gran agujero con polvo superficial y reconocimiento mínimo en la edición 87.
A esto deberíamos sumar la filtración, el año pasado, de correos con ejecutivos de la Sony, en donde además de que se revelan pequeñeces de los tratos oscuros entre ejecutivos y productores, quedó de manifiesto que la actrices mujeres ganan mucho menos que sus co-estelares hombres y es que para los productores, nombres como Brad Pitt atraen más público a las salas que Angelina, por lo que se «se justifica» por rentabilidad.
Eso por el lado de la televisión, en el universo de la música, tras la filtración de su más reciente material, Vulnicura, Björk hizo declaraciones al respecto, asegurando que no tomaría acciones legales contra la persona que lo pudiera haber realizado, tomando lo mejor del momento para el lanzamiento precipitado del disco sin el poder establecer un concepto previo que permitiera una concepción completa del disco, siendo en un caso como el del Björk, primordial para apreciar la producción como un todo. Por otra parte, asegura que ni siquiera la industria suele respetarle tanto como productora, y que lo que un hombre dice una vez, una mujer debe decirlo unas cinco veces hasta que es escuchada. Como a lo largo de la historia, una artista como Björk se ha tachado de histérica en el sentido más literal, mientras que a otros como el insoportable Kanye West no se le duda lo virtuoso, y aún así se le considera un mesías musical cuando en realidad su trabajo más importante suelen ser colaboraciones y no su trabajo como autor de sus propias canciones.
A gran diferencia de Björk, Madonna celebra el encarcelamiento del pobre hacker que filtró y vendió los demos de su próximo disco, Rebel Heart, y por si eso fuera poco, incluye al, reitero, insoportable Kanye West en sus nuevas canciones, y por si eso fuera poco, anuncia un dueto con el conocido violador y boxeador, Mike Tyson. ¿Y aún así esperan que se le respete como artista? ¿Aún así se sigue atreviendo a asumirse como parte de la otredad? Madonna es pitera, jugando a ser portavoz de aquellos que son diferentes, cuando su discurso cristiano, redentor, egoísta y lamehuevos resulta más evidente que nunca, cuando su corazón rebelde es un pretexto y vacío, es una perra ambiciosa, una empresaria que sabe como venderse y que se la compren pues no es más que una ramera sistemática, y lo disfruta. Su discurso sexual siempre ha sido abusivo pero ni siquiera ha tocado lo obsceno, no tiene nada de rebelde ni transgresora porque prefiere distraer al mundo con la crisis de la edad y con un culto a la falsa innovación.
El asunto preocupante es en realidad el discurso dominante, en donde lo femenino sigue posicionándose en su espacio secundario, y más allá que de que esperamos que a Angelina le paguen lo mismo que a su marido, creo que lo importante es educar para evitar la naturalización del sexismo o el racismo, lo inevitable que es la industria del entretenimiento y la de la publicidad persisten en mantener valores vivos, como un falocentrismo angustiado por la otredad; la verdadera crisis no está en los detalles o las declaraciones, lo que demuestra en realidad es que son valores gastados, asumidos por una masa inconsciente que no se permitiría cambiarlos.
Mientras los mensajes dominantes sigan siendo el patrón a seguir permanecerán sus valores, es decir, ¿es realmente la entrega del cien relevante para el cine? No hablo de la industria, que al final beneficia exclusivamente a estudios y marcas, no al arte. Dictamina el consumo y mantiene enajenado a un público obsesivo con cierta idea de calidad y valor cinematográfico mientras arruina la exposición y producción de otras formas de cine.
Aunque mantenemos un ojo vigilante, la verdadera fuerza es desestimar su mensaje incómodo, hacerlo ridículo como forma de dominación ilusoria.